Hoy en día, el turismo supone hablar de viajes de placer a Cancún, cruceros recorriendo las islas griegas o la búsqueda del exotismo en los países orientales como Turquía. Pero la idea de turismo no es nueva: ya en plena Edad Media, el Camino de Santiago sirvió para que habitantes procedentes de Centroeuropa llegaran con el objetivo de visitar los restos del apóstol Santiago –que según la tradición- se encontraban en esta ciudad.
Más tarde, allá por el siglo XIX, otros viajeros, con un perfil muy diferente al anteriormente citado, se adentraron en tierras hispanas con una intención muy distinta: descubrir por sí mismos lo que las leyendas hablaban de esas tierras donde la sangre mora, judía y goda se mezclaba. Era hacer un viaje hacia lo desconocido, lo místico, lo exótico. Era el descubrimiento de España por Europa.
En el imaginario colectivo de las sociedades europeas del siglo XIX quedaba impregnada la idea de un territorio, al sur de los Pirineos, alejado de la civilización y de la incipiente industrialización europea, que conservaba destellos del pasado, tan buscado por los románticos. En la mente del europeo se formaba un collage con imágenes estereotipadas sobre los personajes y la forma de vida en España.
Todo comenzó con la llegada de la Ilustración a España en el siglo XVIII, que difuminaba los fantasmas de la inquisición y la persecución al hereje. Alejados los miedos de tiempos pasados, gran cantidad de hombres de letras y artistas se adentraron en tierras castellanas con gran curiosidad por descubrir la cultura española y así servir como fuente de inspiración para su creación artística.
De esta manera, numerosos escritores llegaron a España hipnotizados por las costumbres españolas que todavía conservaban un reducto de lo añejo donde el modernismo y la Revolución Industrial apenas habían llegado todavía. El suelo español había sido regado por la sangre de decenas de batallas por el control de la Península Ibérica entre diferentes civilizaciones. En concreto , la presencia del islam en este territorio durante siglos causó un magnetismo en los románticos europeos.
Este exotismo por la vinculación del islam con España daba lugar al orientalismo: la admiración por la culturas de Oriente. Es el mito del buen salvaje, la idealización del otro, frente a la moderna y “opresora” sociedad burguesa. El viajero extranjero era un peregrino a la verdad, al origen y esencia natural del ser humano. En definitiva, era una experiencia al interior más profundo de lo espiritual y místico del ser humano.
Así, estos periodistas del siglo XIX, con lapicero y papel en mano, plasman al bandolero, la maja serrana y el torero valiente, como figuras del acervo cultural español y van construyendo la simbología que, hasta el día de hoy, encontramos en cualquier tienda turística española.
La figura más simbólica del ideal romántico era el bandolero, mitad forajido mitad héroe, a la vez admirada y temida, que estaba situado al margen de la ley y luchaba por unos ideales de libertad que causaban una irresistible curiosidad y admiración al viajero inglés, francés o americano. También, los contrabandistas comerciaban fuera de la ley con productos como el tabaco o las telas. Ambos personajes – transgresores, libres y salvajes- rompían los esquemas para los urbanitas puritanos de las ciudades protestantes del viejo continente.
Y es en este momento cuando los viajeros europeos vuelven a sus hogares y transmiten los tópicos sobre España que perduran en la actualidad. Tópicos simplistas pero difíciles de eliminar y que construyen una imagen deformada a la que incluso los españoles,en muchas ocasiones, hemos sucumbido. A ello contribuyen obras como Lettres d’Espagne, de Prosper Mérimée, y Voyage en Espagne, de Théophile Gautier, donde describen al español como amante en exceso del folklore, en especial por el baile y las corridas de toros.
Las cautivadoras melodías hispanas mezcla del influjo árabe y la tradición castellana y las coloridas vestimentas que portaban sus habitantes, quedaban en la retina del viajante foráneo, que observaba dicho espectáculo en una fusión de admiración y respeto. La guitarra, el gitano, el bandolero, el pícaro ladrón, la maja bailando creaban un cuadro, representando los estereotipos más absurdos sobre la idea de España.
Pero el ejemplo más claro del viajero romántico lo constituye Washington Irving quien realizó su visita a España recorriendo a caballo el trayecto que separa las ciudades de Sevilla y Granada para escribir Los cuentos de la Alhambra. Su texto muestra una vez más pinceladas de imaginación y tópicos que sobrepasan la realidad de lo que verdaderamente vivió. También destaca George Borrow que interesado por la cultura gitana llegó a asimilar las costumbres y a aprender la lengua gitana, escribiendo finalmente su Biblia en España.
Richard Ford escribió Manual para viajeros por España, definiendo a España como “este curioso país que oscila entre Europa y África”, frase que muestra claramente la idea que tenía del citado país. Por otra parte, Hawke Locker, quien pinta al estilo costumbrista, sesenta dibujos a acuarela de ciudades, pequeños pueblos y paisajes diversos de la geografía española. Por último, David Robert, que, con sus Apuntes pintorescos en España, contribuyó a propagar la imagen romántica de España.
Siglos más tarde, los turistas siguen llenando las calles de las principales ciudades históricas de España. La modernidad y las nuevas tecnologías no han disipado, ni en los extranjeros ni en los propios españoles, la imagen que los viajeros románticos crearon en su tiempo. Sin embargo, cabe preguntarnos, si sabiendo que los tópicos y estereotipos que rodean a España se forjaron desde una visión falsa y errónea del pasado, por qué se hace necesario seguir manteniéndolos.